De vuelta a Clases . Reflexiones
Han pasado apenas dos semanas desde que dejé de escribir. A pesar de mis esfuerzos por encontrar el momento adecuado, el tiempo se ha desvanecido entre las responsabilidades familiares, el inicio de clases y la constante búsqueda de un entorno más propicio. A menudo, sentí que no podía dedicar el tiempo necesario, que las palabras se quedaban atrapadas en mi mente y que no lograba expresar con claridad todo lo que deseaba. Sin embargo, hoy agradezco la oportunidad de comenzar de nuevo, de darme el permiso para escribir, gracias a las personas que me rodean y que me inspiran a continuar mejorando en el ámbito de la educación.
Este viaje educativo consume gran parte de mi tiempo y me sumerge en un proceso de conexión con algo más grande que yo mismo. Es un nuevo comienzo, una búsqueda por encontrar espacios propicios en mi semana, fuera de los horarios de clases, donde pueda preparar mis lecciones y comprender mejor a mis estudiantes, sus individualidades y su preparación para el aprendizaje. Aunque enseño un software técnico, mi objetivo va más allá: se trata de formar personas.
Este año, he asumido la misión de ir más allá en mi enseñanza, de fomentar el reconocimiento de la identidad propia y la construcción de nuestra educación, influenciada por nuestros padres. A menudo, nuestra formación proviene de sistemas educativos rígidos, donde todos aprendemos lo mismo sin desarrollar nuestras habilidades individuales. Esto hace que la transición a la universidad, especialmente en el primer semestre, sea un desafío. Los estudiantes llegan con una mentalidad que necesita un cambio profundo.
Me motiva cambiar la perspectiva de mis alumnos, mostrarles las posibilidades que ofrece el aprendizaje, no solo para trabajar, sino para encontrar la felicidad en lo que estudian. La educación y la pedagogía deben ser espacios de reflexión que trascienden el contenido del curso; debemos aspirar a formar individuos completos, empáticos y profesionales.
Este semestre, la universidad en la que trabajo ha introducido nuevos desafíos. La necesidad de adaptarnos a estándares de acreditación puede parecer restrictiva, pero en realidad nos ayuda a mantener niveles de profesionalismo y empatía. Las metodologías que diseñamos para conectar con los estudiantes a veces pueden parecer insuficientes ante la rapidez con la que la sociedad cambia. El entorno, los factores socioeconómicos y étnicos, y muchas otras variables moldean a los individuos que llegan a nuestras aulas.
La verdadera proeza de un educador radica en adaptarse y reconocer que, a pesar de las diferencias entre los estudiantes, todos merecen las mismas oportunidades. Un curso que avanza de manera desigual no cumple su propósito; debemos formar personas que no solo tengan buenas calificaciones, sino que también sean capaces de trabajar en equipo y convivir con sus compañeros.
En esta etapa formativa, es fundamental que todos los estudiantes tengan acceso a los mismos conocimientos y oportunidades, para que al egresar, estén realmente preparados para el mundo profesional. Debemos evitar que se conviertan en profesionales que desmerezcan su trabajo y el de otros, y que enfrenten una dura realidad sin estar equipados para ello.
Es en este contexto donde necesitamos que los alumnos comprendan los parámetros que influirán en sus trayectorias profesionales, donde los tiempos y las relaciones son diferentes, y donde el dinero puede complicar las interacciones humanas.
Espero que estas palabras reflejen mis pensamientos. A veces, la claridad se escapa, y mi rumbo no es evidente. Sin embargo, este ejercicio de volver a escribir y reflexionar me ayuda a entenderme mejor. Es fundamental tener claridad sobre nuestro norte; de lo contrario, no podremos extraer conclusiones valiosas de nuestro proceso. Necesito visualizar el mundo de manera distinta, y quizás esta escritura sea una de las herramientas que me guíen en esa dirección